El Yoga no es una pseudoterapia

A veces la imagen del yoga en los medios de comunicación, e incluso desde los propios profesionales del sector, se reduce a un conjunto de ejercicios ordenados que nos estiran y nos hacen sentir bien. Parecería que la meditación es otra cosa, que las técnicas respiratorias son secundarias y que sus orientaciones éticas no van con nosotros. 

Escribe José Manuel Vázquez.

En este contexto, no es de extrañar que el yoga esté expuesto a malentendidos, usos indebidos y sea infravalorado; además de despojarlo de una de sus funciones principales: la recuperación de nuestra percepción de la realidad.

 

También hay que decir que a veces se reproducen formas de hacer yoga que se han fosilizado en el tiempo, y no parece recomendable, en este sentido, reproducir al pie de la letra lo que dicen los textos antiguos (ni otros más actuales) utilizando criterios prestados o directamente sin criterio. Desligar las técnicas originales de su contexto histórico, social y filosófico deja la estructura del yoga desprovista de contenido, sin sentido y a merced de las leyes del mercado.

 

Ya saben que el yoga es una disciplina de conocimiento empírico que necesita de un cierto grado de compromiso y constancia. Aunque quieran venderlo como una gimnasia espiritual para “modernas” y gente “guay”, el yoga ha sido en esencia y en sus orígenes revolucionario. Permitió a los primeros yoguis independizarse de las autoridades “brahamánicas” e, interiorizando el ritual hindú, nada más y nada menos que responsabilizarse y dotar de significado moral y trascendente a sus actos y pensamientos.

Como ha sucedido con otras disciplinas que también se han convertido en mainstream, el yoga se nos presenta mermado de su poder reflexivo y transformador. Al copiarse y estandarizar sus señas de identidad, ha entrado en la rueda “samsárica” del consumo masivo y, en cierta forma, se ha invertido el sentido con el que originalmente se creó.

 

No es nuevo; ha pasado con todas las artes casi sin excepción, también con la filosofía, la psicología y las ciencias en general, y por supuesto con los movimientos sociales que cuestionaban el status quo, como la contracultura “hippie” y el pensamiento “queer”; incluso parece estar pasando ahora mismo delante de nuestras narices, con un asunto tan poco entendido como el feminismo. En fin, nada nuevo como digo.

El yoga y nuestro entorno actual

No está de más recordar que el yoga es un vía de acceso al conocimiento en primera persona. Nos permite, a un nivel muy básico y por ello fundamental, tomar conciencia de cómo nos movemos en el mundo, desde dónde y con qué finalidad. Nos invita a experimentar el proceso respiratorio como un regulador interno de vital importancia para la integración de nuestros procesos conscientes e inconscientes. Hace posible la exploración del dolor y el placer que nos conecta con el mundo y con los orígenes de nuestra existencia individual y colectiva. Nos responsabiliza de nuestros juicios de valor, nuestras limitaciones y habilidades. Además, nos permite observar cómo todo ello influye en nuestro entorno y en algún momento caer en la cuenta de que estamos interconectados por una cadena de acontecimientos de la que somos parte activa y receptora.

El yoga posee su imaginario particular. Comparte e hibrida sus mitos con los de la sociedad en la que se desarrolla y reproduce. Se gestan nuevas divinidades que se parecen mucho a los de antaño y que inconscientemente guían los pasos de los mortales de a pie. A pesar de su apariencia luminosa, estos nuevos “dioses” no dejan de proyectar su sombra sobre nosotros. ¿En manos de qué mitos modernos estamos depositando nuestros sueños y esfuerzos colectivos? ¿Dónde nos conducen? ¿Dónde nos dirigimos? Si parece que entre todos estamos proyectando y construyendo un futuro entre muchos posibles, ¿qué papel queremos que ocupe el yoga en la sociedad del futuro? ¿Qué parte de responsabilidad tenemos los practicantes y profesionales del yoga en todo ello?

Nuestro derecho a proteger el yoga

¿Quién decide lo que es yoga? ¿Cómo es posible que el yoga se incluya en un listado de pseudoterapias (otra manera de decir terapias fraudulentas) cuando la administración pública emite titulaciones profesionales de grado 3 en Instrucción en yoga avaladas por el Rey de España? ¿Mandamos a la hoguera a los cientos de científicos que en el mundo entero han dedicado recursos a investigar, explicar y corroborar con parámetros occidentales los efectos de las técnicas del yoga en el organismo? ¿Desprestigiamos el trabajo de los filólogos, antropólogos y especialistas en hinduismo que han estudiado el acervo cultural que desde hace miles de años sustenta la practica del yoga?

La realidad es que el yoga fue declarado en diciembre del año 2016 Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura. Se lo recuerdo por si todavía queda alguien con dudas sobre la legitimidad del yoga. El yoga es de y para todos. Es nuestro derecho protegerlo.

 

Dicho esto, quiero aclarar que la frivolidad en el yoga no me parece ni divertida. Sugerir que el yoga es una pseudoterapia, como hemos visto, puede ser el resultado de muchos factores, entre ellos la incultura y la desinformación. La incultura es a todas luces imprudente, ciega, injusta y peligrosa; y la desinformación nos lleva a sacar conclusiones precipitadas y erróneas. La experiencia nos indica que si no hemos sido prudentes, al menos rectificar en el momento adecuado nos hace más sabios. Por ello me atrevo a pensar que la solución al problema de la ignorancia y sus variantes está hoy día al alcance de todos: estudiar y formarse; adquirir conocimientos para que nuestros actos reflejen virtud y no barbarie.

 

Fuente: yogaenred

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